Conchi y el carrete

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Testimonio Maruja Mutante Chill

Conchi, un culo, conchi, conchi, una polla, conchi, una fiesta, Carlos, Carlos, otro culo, una fiesta y negro. Es el carrete de mi teléfono móvil, que llevo perfectamente grabado en mi mente y reaparece en bucle alguna de esas noches que no puedo dormir y sólo pienso ¿Qué será de Conchi?

Ayyy Conchi!! ese papagayo exigente que teníamos Carlos y yo como mascota terapéutica cuando vivíamos juntos. La adoptamos una tarde de verano en una feria de mascotas cerca del centro de Barcelona, no salió nada barata la puta pajarita, pero con lo loca que estaba, valió la pena cada céntimo pagado. Había sido maltratada, se arrancaba las plumas del stress y gritaba sin parar.

A Carlos se le iluminaba la cara cada vez que veía un animal en redes sociales y un buen día se me ocurrió proponerle comprar una mascota para que le ayudara en el proceso de recuperación de drogas en el que estaba.

Llevábamos unos meses con problemas entre nosotros y evadimos cualquier conversación que tocara sentimientos o hablar de lo que nos estaba pasando, esa vorágine de miedos, intenciones fallidas, proyectos de futuro truncados se hizo cada vez más grande y para evitar hablar pues necesitábamos un distractor costoso que diera un punto cómico a nuestras vidas y esa era Conchi.

Hoy miro atrás y me doy cuenta que Conchi se convierte en símbolo de lo que significó para mí, ese gran cabrón de mi Ex. Esa pájara es el resumen perfecto de un momento bonito y también delirante de mi vida. Hice hasta lo imposible para que me amara, no me evadiera y me entendiera cuando le hablaba.

Ocho meses pasaron para darme cuenta que el problema con sustancias (mefedrona y GHB) que sobrepasaba a Carlos era el resultado de una educación marinada con el amor de una madre fascista, unas hermanas socialistas, la muerte trágica y enquistada de un hermano mayor y un padre poco involucrado en cuanto a temas familiares. Mis deseos de querer solucionarlo todo me llevo a persuadir a Carlos para ir a un centro de la sanidad pública para que hablara lo que le pasaba, pero esos largos y angustiantes ocho meses llegaron a su fin cuando una tarde decidí que no quería arreglar nada en mi relación y que si no paraba en mi insistencia por conseguir un mundo Disney a lo marica para Carlos, mucho menos lo haría para mí y que esa misma vehemencia que ponía en arreglar todo, era la misma que me iba a arrastrar al vacío junto al que consideraba el hombre de mi vida, para entonces desaparcido por 3 días, brincando de chill en chill… BLAHHH!!!

Habíamos planeado un viaje para ver a su familia y teníamos que tomar un tren. Me negué y frente al agotamiento mental, decidí que hablarán mis sentimientos y con la respuesta de un NO tímido a la pregunta de Carlos ¿No me acompañaras a ver a mi familia? y un SÍ que se escapaba entre dientes  frente a la pregunta ¿Me estás dejando?. Dos preguntas con sus respectivas respuestas y un chillido de Conchi en el fondo fueron el final de nuestra conversación. La sensación de aire y liviandad que sentí, pocas veces la he experimentado, pero fue en ese momento cuando supe que lo que hacía estaba bien y que no dependía de mí salvar a nadie, ni arreglar la vida de nadie. En ese momento sólo me tenía a mí y toda la vida que había construido junto a Carlos ya no existía, lo único que quedaba en común era un papagayo.

Aún tengo las fotos de Conchi en mi carrete pero las de Carlos las he borrado. No puedo decir que no le extrañe, pero la vida sigue. He conocido a alguien que  ha entendido que todas las imperfecciones de mi vida se pueden convertir en cosas buenas y me ha hecho recordar que el amor se debe vivir desde la sinceridad, sin miedo y con balance.

Me doy cuenta finalmente que, no estoy jodido en el amor, simplemente estaba adolorido, que sí vale la pena atravesar momentos dolorosos y que es necesario experimentar el descontrol para encontrar respuestas. Las drogas me han hecho entender mi sexualidad, saberme libre y reconocerme vulnerable.

Me puedo dar por vencido en muchas cosas o momentos de la vida, pero nunca dejaré de luchar por mí.

 ATT: Maruja “La mutante”.

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2 respuestas a «Conchi y el carrete»

  1. Bonita historia.
    Muchísimos homo sustituyen esas drogas que dices en tu historia, por el sexo anónimo.
    Problemaa familiares profundos. Si.
    Problemas emocionales más profundos, por el hecho inconsciente, de no aceptarse como gay: en la mayoría de casos.
    Terror a hablar con otro homo, a tener una amistad, al sexo y por supuesto, al amor por otro hombre.
    Eso es lo que se esconde tras el sexo anónimo.
    Un polvo y si te he visto no me acuerdo. Fuera miedos. Eso incluye encomubicacion, faltas de respeto y educación, etc, etc, etc.
    La promiscuidad esta bien como alternativa puntual o solo para una época. Te tapa agujeros emocionales
    Pero estar en ello como forma de vida gay en exclusiva? Eso es la droga que dice esta historia.
    Terapia y solución: amarse como gay. Y así poder tratar con amor, amistad y respeto al resto de gays,
    Solo así encontramos la felicidad.

    No sé si está opinión es políticamente correcta en esta página. Pero ahí va.

    1. Hola Andrés,
      Tu opinión es tan correcta y bienvenida como cualquiera en nuestra página. Como tú dices, mucha gente usa el sexo anónimo como una forma más para relacionarse y como olvidarse de los problemas, método para el que otra gente usa las drogas. Aún así, no hemos de hacer menos válida esa forma de actuar ni tampoco estigmatizarla.
      Debemos aceptar como elige cada uno su forma de vivir su propia vida, sin juzgarle, ya que tú mismo lo pones en tu escrito, todos hemos pasado en algún momento por ese paso de promiscuidad, tal vez ha sido más corto o largo, más o menos intenso.
      Por otro lado está el que debamos aceptarnos como somos, para lo cual, eso si es cierto, a veces si que es necesario que tengamos que pedir ayuda e ir a terapia. Pero incluso en ese punto, eso es un paso que tiene que dar cada uno en el momento que esté preparado para hacerlo.

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