«Si nos mantenemos juntos» – Concurso Relatos 2023 – Ganador

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Escrito por Miguel

Hoy es domingo. Son las dos de la tarde. Hace un calor insoportable. Mi única
compañía es el canto estridente y chirriante de las chicharras. Mi mente traicionera me recuerda una y otra vez que debería descansar para así, quizás, comenzar con la vorágine de la semana un poco menos derrotado. Pero no encuentro la manera de conciliar el sueño.

Exasperado, me levanto de la cama, con la frente perlada de sudor y dispuesto a darme la segunda ducha del día. Cuando salgo, me seco con desgana, y me enciendo el que creo que es ya el décimo cigarro que me fumo hoy. De repente, me encuentro divagando en mi memoria. Recuerdo cuando conocí a Rubén. Yo era un cachorrito de 17 años. Paseaba por Chueca, al fin me daba igual quién pudiera verme transitando aquellas calles. Él me escribió por una app. Barbudo, con cadenas, y aspecto de cabrón… en fin, lo que nos mola. Subí a su casa y le di más rabo que el que tiene la Pantera Rosa. Fue una pasada, pero entre las hostias y folladas, él se excusaba unos momentos. Pasaba al cuarto de baño, o iba a la cocina a beber agua una y otra vez. Regresaba a la cama cachondo perdido, así que me dio igual. Fue tal la conexión sexual, la química, que llegué a preguntarme si después de aquel encuentro, vendría algo más. Pero cuando nos despedimos, percibí un deje de tristeza en su voz. Ya no supe más de él. Por aquel entonces no lo entendí… De ese recuerdo tan lejano, divago a uno más reciente: anoche, un chico dobló en el chill. Fue un pequeño susto, una falsa alarma, pero pensándolo bien, sucedieron varias cosas de importancia. Él tendría mi edad, unos 30 años. Nos escaneamos el uno al otro cuando llegué allí, y ambos supimos que no iba a haber match. Cuando, sin previo aviso, se desplomó sobre el sofá, tuve que levantarme y agarrar del brazo al tío que se lo estaba follando para que, de mala gana, se apartara de él. Me recosté junto al chaval, que ya parecía haber vuelto en sí, y comencé a pasarle por la frente mi camiseta humedecida. Su rostro de querubín esbozó un gesto de gratitud y de sosiego. Cuando al rato decidí que era hora de marcharme, me percaté de que él, al darse cuenta de que me iba, se apresuró en vestirse también. Antes de salir del portal, intercambiamos nuestros números de teléfono. El cigarro, casi consumido por completo, me quema en los dedos y me devuelve al presente. Me tumbo de nuevo en la cama, esta vez con cierta serenidad, sabiendo que, en esta ocasión, he tenido una conexión real, y que hay algo de esperanza si nos mantenemos juntos.

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