Escrito por Kain69
Un pequeño piso en Malasaña fue testigo de aquel jolgorio. Al entrar nos recibió una embriagadora luz tenue. Una mesa en una esquina, descubría lo que parecía ser un buffet libre, mefe, ghb, Popper, MDMA, coca, cristal y jeringuillas, había para todos los gustos. Lo mejor era que los condones brillaban por su ausencia. Éste sería el día, el día en el que triunfaría. El día en que me propagaría.
Cada vez que veía a alguien llegar palpitaba bajo la bragueta, estaba ahí a la espera, hablando con mis amigas, esperando mi momento para salir y meterme dentro de todos. Las drogas comenzaron a surtir efecto, todos se sumergieron en una espiral de sensaciones y emociones intensas. Las inhibiciones se desvanecieron, abriéndose las puertas de la intimidad y la vulnerabilidad. Mientras, yo estaba ahí, escondido, esperando el momento oportuno.
Risas, susurros y muchas miradas cargadas de deseo. Cada encuentro fue una sinfonía de caricias, roces, besos y abrazos apasionados. El placer se entrelazó con la confianza. Todos exploraban los límites de su propio deseo y del de los demás, mientras, yo y mis amigas navegábamos en aquel mar de felicidad, rumbo a nuevos puertos.
En esa noche, el sexo se manifestó de una manera única y personal. No importaron los físicos, ni siquiera los roles, estaban tan drogados que dieron rienda suelta a todo tipo de deseos, incluso aquellos que nunca habían imaginado. Todos con el mismo objetivo: vivir una experiencia auténtica y plena sin pensar en las consecuencias. Sin límites.
Agotados y satisfechos, se despidieron con abrazos cálidos y miradas llenas de gratitud. Aquella noche había sido más que una simple experiencia sexual; había sido un viaje hacia lo desconocido, un momento de ausencia total de barreras. Mientras todos se sumergían en la rutina cotidiana, yo me expandía y me metía en cada CD4 que encontraba. Dicen que soy el perfecto replicador, que debo desaparecer, pero yo, como todos, solo quiero vivir, permanecer, expandirme, propagarme.