Evangelio del Silencio Roto: El Silencio que se abre (parte 6 de 9)

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La arena calla.

Pero ya no es un silencio que aprieta.

Es un silencio que abre.
Como una herida limpia.
Como un cuerpo que deja de resistirse.
Como un pecho que se entrega entero, por fin, al aire.

En el centro del Coliseo, Níker permanece de pie.
Inmóvil. Soberano.

Lian se ha alzado.
 Y lo ha hecho no con orgullo, sino con amor.
Con barro en las rodillas. Con voz temblorosa. Con verdad.

Y Noam, desde lo alto, lo observa.

Pero ahora ya no está separado de él.
Lo ve… y se ve.
Lo siente… y se completa.

Hay un instante suspendido, como si la gravedad hubiera olvidado actuar.
Y es entonces cuando ocurre lo sutil, lo definitivo:

Noam baja los escalones.
Sin apuro.
Sin miedo.
Cada paso borra una parte del muro que los separaba.

Noam no desciende hacia Níker.
Desciende hacia Lian.

Pero Lian ya no está allí como un otro.
Está allí como él.

Frente a frente.

Y ahora…
Uno extiende la mano.
El otro no la toma.

La cruzan al centro.
 Las dos manos se entrelazan.

Y entonces, en un gesto ni masculino ni femenino ni ritual ni teatral,
sólo humano,
se abrazan.

No como dos cuerpos.
Como uno solo que se reconoce.

Nadie aplaude.

Pero hay algo que respira más fuerte.

APARTADO 5.1:  EL ÚLTIMO ACTO DE LA TINA

Lentamente, Noam separa el abrazo.
Mete la mano en su cinturón.
Y saca algo.
Una jeringa.

No hay sombra en su rostro.
No hay vergüenza.
La sostiene con los dedos, la contempla.
Como si viera un recuerdo.
O una antigua oración.

Lian —que es él— asiente.
Y juntos caminan hasta el centro exacto de la arena.

Allí, Noam se arrodilla por última vez.
 No para pedir perdón.
No para humillarse.
Sino para dejarla.
 Deposita la jeringa en la arena.
Sin romperla.
Sin insultarla.

Solo deja de necesitarla.

El humo que alguna vez invadió sus cuerpos, que fue placer y anestesia,
ya no es necesario para sentir.

Ahora respiran el uno al otro.
Sin sustancia.
Sin miedo.

Y eso es lo más parecido a la libertad.

APARTADO 5.2:   EL TRONO

Níker los observa.
En silencio.

Y por primera vez desde que comenzó todo, se mueve.

Da la vuelta.
Camina hacia el fondo del Coliseo.
Allí, tallado en la piedra,
hay un trono.

No es nuevo.
No es brillante.
Es un trono viejo, desgastado, rajado por siglos de historia.
 Como si hubiera estado allí desde siempre.
Como si el Coliseo mismo lo hubiera creado.

Níker se sienta.
No como un rey.
Como quien regresa a casa.

Apoya los brazos en los apoyos curvos, de mármol agrietado.
Cruza una pierna sobre la otra.
Y sonríe.

Porque sabe que no ha perdido nada.
Ni ha ganado nada.
Solo ha cumplido su parte.

Y la historia, ahora, puede seguir sin él.

APARTADO 5.3:  EL GESTO DE ADRIÀ

En las gradas bajas, Adrià no se ha movido.
 Pero su pecho sí.

Lleva minutos —quizá siglos— mirando a Noam.
Y ahora ese Noam ya no es un proyecto.
Ni una promesa.
Ni un amigo perdido.

Es un hombre.

Lo ve.
 Lo ve completo.
Y lo ama.
No como pareja.
No como esclavo.
Como verdad.

Noam lo ve también.
Camina hacia él.
Y sin decir una palabra,
Adrià le pone la mano en el hombro.

Y le dice, con voz seca, firme, pero llena de alma:

“No me debes nada.
Pero estoy orgulloso de ti.”

Noam traga saliva.
Y responde sin parpadear:

“Sin ti… no habría llegado.”

Se abrazan.
Una vez.
Corta.
Real.
Completa.

Y entonces, Adrià lo señala con el mentón hacia la salida.

“Anda.
Ve a vivir.”

APARTADO 5.4:  LA SALIDA

Noam gira la cabeza.

Mira una vez más la arena.
El trono.
A Níker.

Níker lo observa.
No le hace un gesto.
No lo detiene.

Solo asiente.
Con los ojos.
Como quien bendice sin palabras.

Y entonces, Noam sale.

No corriendo.
No huyendo.
No escapando.

Saliendo.

Como quien ha atravesado el umbral.
Y ha regresado a sí mismo.

APARTADO 5.5:  ARRIBA: NAIÔ

Muy arriba,
donde el aire se vuelve sagrado,
NAIÔ observa.

No con pupilas.
No con órganos.
Con algo más profundo.

Con luz.

Una luz blanca.
Lenta.
Infinita.

NAIÔ no tiene cuerpo.
Pero es la piel del tiempo.
NAIÔ no tiene voz.
Pero es el eco de lo que se calla.

Y ahora,
con todo el Coliseo vacío,
susurra:

“Mi cuerpo es la memoria.
Mi amor, el que cuida sin poseer.
Yo soy el guardián del Silencio Roto.
Y ya nada volverá a sonar igual.”

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