Evangelio del Silencio Roto: Naiô Y Adrià (parte 5 de 9)

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APARTADO 4.1: EL PLANO SUPERIOR

Mientras la arena contenía su respiración,

y Noam se deshacía en su mirada hacia Níker,

dos figuras más contemplaban, desde lugares distintos,

la escena que estaba transformando el aire.

 

Una estaba arriba.

Casi fuera del tiempo.

Suspendido en un plano donde no existe la gravedad de los cuerpos.

 

Y otra estaba abajo.

Entre la gente.

En el mundo.

Con los pies manchados de polvo y los brazos cruzados sobre una historia que no se nombra.

APARTADO 4.2: NAIÔ: LA LUZ QUE ESCUCHA

NAIÔ no tiene huesos.

No tiene carne.

Pero vibra.

 

Es una presencia sin forma,

que ha elegido no pesar sobre nadie.

Un testigo que no invade,

pero al que no se le puede esconder nada.

 

Su luz no enceguece.

Acaricia.

Como lo hacen las estrellas viejas cuando cruzan el cielo sin ruido.

 

NAIÔ está sentado en lo más alto del Coliseo,

pero no se sienta sobre piedra.

Se posa sobre la conciencia.

Y desde allí mira.

 

Mira sin ojos.

Pero todo lo ve.

No necesita pupilas para reconocer la vibración del miedo,

el temblor del deseo,

la carga de lo no dicho.

 

Cuando Noam baja la cabeza,

es NAIÔ quien recibe ese gesto como si lo sintiera en el centro del pecho.

 

Cuando Lian se postra,

es NAIÔ quien sostiene el suelo para que no se hunda.

 

Y cuando Níker no dice nada,

es NAIÔ quien escucha el eco de sus palabras no pronunciadas.

 

Hay quienes creen que NAIÔ es una criatura celestial.

Hay quienes dicen que es un dios cansado.

Pero no.

 

NAIÔ no es divino.

Es otra cosa.

 

Es la voz que estuvo en ti antes de que aprendieras a hablar.

Es la ternura que sobrevive cuando todos se han ido.

Es el fuego sin quemadura.

La luz sin sombra.

El silencio sin ausencia.

 

No castiga.

No exige.

Solo recuerda.

Recuerda todo.

Y cuando lo recuerda, no lo repite: lo honra.

 

Para NAIÔ, Noam no es un error.

Es un corazón que aún está aprendiendo a latir sin anestesia.

Y Adrià…

Adrià no es un espectador.

Es el verdadero espejo del Evangelio.

 

Y por eso, NAIÔ baja la mirada.

APARTADO 4.3: ADRIÀ: LA VERDAD QUE OBSERVA

Adrià está abajo.

Muy abajo.

Cerca del polvo.

Donde los cuerpos duelen, y el amor se enreda con la rabia.

 

Se ha mantenido en una esquina del Coliseo.

Sin pedir protagonismo.

Sin huir tampoco.

 

Su cuerpo está encogido.

Los brazos cruzados,

el ceño ligeramente fruncido.

Pero los ojos…

Los ojos están abiertos como si todo le doliera por dentro y no supiera en qué parte del cuerpo empieza ese dolor.

 

Adrià no es símbolo de nada.

Es hombre.

Hombre que mira.

Hombre que duda.

Hombre que quiere.

Y que no siempre sabe cómo hacerlo.

 

Sabe quién es Noam.

Conoce sus juegos.

Sus huidas.

Sus silencios que en realidad son gritos.

Ha visto su rostro hinchado después de una noche sin dormir.

Ha escuchado su risa cuando quería llorar.

Y lo ha esperado —aunque nunca lo haya dicho— cuando desaparecía.

 

Lo ha querido en su forma más frágil.

No como lo ama Lian.

No como lo desea Níker.

Lo ha querido desde esa ternura áspera que tienen los amigos que aguantan más de lo que deberían.

 

Y ahora lo ve ahí.

Quieto.

Temblando por dentro.

 

Y siente algo que lo aprieta desde el estómago:

No puede hacer nada.

No puede salvarlo.

No puede explicarlo.

 

Solo puede mirar.

 

Y mirar, esta vez, es no apartarse.

Es quedarse.

 

APARTADO 4.4: LA MIRADA QUE SE DESNUDA

Pero lo más hondo no es lo que ve.

Es lo que recuerda.

 

Recuerda cuando lo acompañó a casa porque no podía con el cuerpo.

Cuando le sostuvo el teléfono mientras temblaba.

Cuando le limpió la sangre de una herida sin preguntar cómo se la hizo.

 

Adrià no necesita símbolos.

No cree en dioses.

Ni en profetas.

Ni en coliseos sagrados.

 

Pero hoy ve algo.

Algo brutal.

Algo bello.

 

Ve a Noam rompiéndose de forma distinta.

Como si en lugar de explotar, estuviera abriéndose.

Como si no huyera.

Sino que, por fin, se estuviera entregando.

Y eso le hace tragar saliva.

Porque lo ama.

Porque lo ha amado siempre.

Pero nunca así.

 

Nunca tan cerca de perderlo.

Nunca tan claro que no era para él.

 

APARTADO 4.5: EL VÍNCULO SECRETO

Y entonces sucede.

 

Adrià alza la vista.

 

No por impulso.

No por devoción.

Por necesidad.

 

Mira hacia arriba.

Y allí está NAIÔ.

 

No ve un rostro.

No ve una forma.

Pero sabe que lo están mirando.

Que alguien lo ve.

 

Y eso, por un instante, le parte el pecho.

 

Porque no necesita comprensión.

Necesita verdad.

Y en esa mirada sin ojos,

siente que alguien ha entendido todo lo que él no sabe cómo decir.

Y que no lo juzga.

Y que no lo convierte en algo sagrado.

Lo deja ser.

 

Solo eso.

Ser.

 

Como si NAIÔ le dijera sin palabras:

 

“Tú también formas parte de esta historia. Aunque nadie lo diga en voz alta.”

 

Y entonces, por primera vez, Adrià se permite mirar a Noam sin miedo.

Sin defensa.

Sin deber.

Solo mirar.

 

Y en ese cruce de mirada —aunque Noam no lo vea—

Adrià le dice con todo su cuerpo:

 

“No soy tu salvador.

No soy tu destino.

Pero aquí estoy.

Viendo lo que eres.

Y no me voy.”

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