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Antes de nada, gracias. Gracias a quienes han hecho posible estos dos días:
a las personas usuarias, a los voluntarios, entidades comunitarias administraciones públicas y las empresas
y, sobre todo, gracias a vosotres, quienes habéis estado aquí escuchando, compartiendo, y, más importante aún, interesándose en lo que se ha dicho y sentido en este espacio.
No hemos venido solo a hablar de chemsex.
Hemos venido a hablar de vidas, de cuerpos, de deseos, y de cómo todo ello se cruza con la salud, la soledad y los derechos.
Hemos hablado de cuidados, de vínculos, de reducción de daños…
Pero, sobre todo, hemos hablado de personas.
Durante estas jornadas hemos escuchado muchas voces, miradas y propuestas.
Nos llevamos conclusiones claras, pero también desafíos compartidos.
Sabemos que el fenómeno del chemsex está cambiando, y que con él cambian también las realidades sociales que lo rodean.
En Barcelona, por ejemplo, vemos cómo la respuesta institucional aún recae a menudo en la represión, en lugar de hacerlo en la salud pública.
Las redadas en la zona de cruising del parque público de Montjuïc o en algunos locales LGTBI de Madrid, es solo un ejemplo de que se quiere criminalizaar a los usuarios.
Respecto a los umbrales legales de tenencia de drogas, en el caso español, por ejemplo, la norma trata como umbral de autoconsumo 0,3 g para metanfetamina y 7,5 g para cocaína (25 veces más). Esta asimetría hace que muchas personas que practican chemsex queden al filo del delito por cantidades previstas para 3–5 días o compartidas, aunque sean de uso personal. El resultado no reduce daños: genera clandestinidad, aleja de la salud y refuerza el estigma.
Es imprescindible recalibrar los umbrales con evidencia científica —como venimos exigiendo desde ALEPH—: criterios basados en dosis y previsión de 3–5 días y, por debajo de esos límites, no criminalizar la posesión, sino derivar a recursos sanitarios y comunitarios. Mantener el marco actual nos hace corresponsables de una injusticia que aumenta la vulnerabilidad y quiebra vidas.
El chemsex no es solo un fenómeno :
es también un espejo.
Refleja nuestras soledades, nuestras heridas, nuestras búsquedas,
pero también las violencias estructurales que seguimos viviendo como comunidad LGTBIQ+.
Y refleja, también, el fracaso de un sistema que nos promete libertad mientras nos niega recursos, cuidados y espacios seguros.
Por eso, este no ha sido solo un espacio de escucha. Ha sido un espacio de resistencia. Y la resistencia empieza por reconocernos, por cuidarnos, y por exigir políticas públicas valientes y con un enfoque de derechos humanos que entiendan que la perspectiva de salud y dignidad, que incluye la reducción de daños, es un enfoque esencial. Un enfoque que implica inversión, educación y sensibilidad. Que pone a la persona en el centro, no como un caso que archivar, sino como alguien con voz, con criterio y con capacidad de transformación
Y sí: debemos hablar también del placer.
Para asegurar nuestro derecho a una vida plena y digna, es fundamental entender que el derecho al placer no es un derecho menor, es un derecho humano esencial, inalienable e irrenunciable. Por eso, nuestras demandas deben pivotar sobre él. Exigimos más educación sexual integral, profunda y liberadora, que reconozca el placer como un componente vital. Exigimos más recursos socio-sanitarios inclusivos y respetuosos que fortalezcan nuestra autonomía y nos acompañen en crear estrategias activas que aseguren tanto nuestro derecho a la salud como, de forma primordial, nuestro derecho al placer.
No se trata solo de evitar daños, sino de aprender a disfrutar sin perder el bienestar.
El placer informado, acompañado y cuidado también es salud pública.
Necesitamos una educación sexual fortalecida, que hable de consentimiento, de vínculos, de autoestima,
que aborde la homofobia, la serofobia, la xenofobia y la transfobia,
que reconozca las vulnerabilidades y que no criminalice nuestros cuerpos ni nuestros deseos.
Una mirada centrada exclusivamente en las drogas, sin tener en cuenta los derechos y las personas, solo perpetúa la estigmatización.
Como vicepresidente de ONG Stop, pero también como persona que ha vivido el chemsex, quiero decir algo con claridad:
participar, implicarme, y acabar representando hoy a la entidad que un día me acompañó, ha sido un proceso transformador.
Porque cuando las personas usuarias participamos activamente, dejamos de ser solo receptoras de ayuda y nos convertimos en agentes de cambio.
Y ese paso no solo cambia nuestra vida: cambia el sistema para hacerlo más justo para todes
La participación comunitaria ha sido, y sigue siendo, el motor de las grandes conquistas:
lo fue en la lucha contra el VIH,
lo fue en la defensa de los derechos LGTBI+,
y lo debe ser ahora, también, en la respuesta al chemsex.
Hoy no cerramos una conferencia.
Hoy abrimos un camino.
Un camino que recorreremos juntas, juntos y juntes.
Porque ninguna persona debería sentirse sola en esto.
Porque detrás de cada historia de chemsex hay una persona que merece vivir con dignidad, salud y amor.
No se trata de salvarnos unos a otros,
sino de acompañarnos mientras encontramos nuestra propia forma de vivir.
Gracias, de corazón,
por caminar este camino con nosotres.
Sergio voluntario en la Comisión de Chemsex Support y Vicepresidente de ONG Stop.

