QUINCE: El apoyo en el ser menos esperado

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Nunca pensé que llegaría a tener como mascota un perro, pero así fue. Llegó con la excusa de ser para mi sobrina, aunque en realidad era para toda la familia. Como siempre, la imagen más típica es aquella en que el padre de la casa se niega a tenerlo en casa, pero hoy en día, creo que le quiere más incluso que a su nieta.

Pero ese no es el tema. Desde el primer momento en que llegó a mi casa, el pequeñajo ese robó el corazón a todos los que vivíamos en ese piso y el mejor sitio para instalarlo fue en mi habitación, ya que era la que más espacio tenía y yo pensé que iba a ser la mejor forma de empezar a dejar la tina por mí mismo.

Esa decisión me duró bien poco, ya que las ganas y el ansia acabaron llegando en menos de una semana, cuando volví a ponerme a fumar y a pajearme como un mono frente al Zoom, con el peque en mi habitación por las noches.

Cada vez que lo hacía, me sabía mal por él, pero pensaba más en mi propio placer, la verdad. Pero también pensaba algo en él, tapando en la medida de lo posible la zona por donde estaba y con un ventilador para que todo el humo posible se dirigiera hacia la ventana que estaba abierta, creyendo y esperando que así él sufriera y notara lo menos posible los efectos de mi tontería por estar colocándome en mi propia habitación. Me acuerdo que ponía las tapas de las cajas de zapatos y botas y una especie de tela que una vez usé como capa de mi disfraz de espartano, creyendo que de esa forma le protegía.

Ya una vez más crecidito, lo sacaba a pasear, y de vez en cuando, incluso, si tenía que ir a casa de mi camello, me lo llevaba, aunque hacía todo lo posible para que se estuviera a mi lado y no lamiera, y menos aún, aspirara cualquier resto de lo que hubiera en el suelo de aquella casa. Y me hacía gracia, porque a mi camello le encantaba que viniera acompañado porque estaba más por él que por sus propios clientes. Y es que ese pequeño cabroncete se hace querer por todos los que le ven.

Pero lo más importante es el apoyo que me ha estado dando en momentos en que no podía acudir a nadie. Momentos en los que, con rabia y enfado hacia mi familia por sacar de contexto alguna palabra o hecho durante una comida familiar, me iba gritando y llorando a mi habitación y me encerraba. Él me seguía y daba con su patita en la puerta para que le abriera, y en cuanto le abría la puerta, se venía a mi regazo y yo le abrazaba hasta que paraba de sollozar, quedándose quieto él hasta terminar.

De esa forma me ayudó varias veces en las que las drogas me atoraban la cabeza y a mi persona, nublando la percepción real de todo lo que pasaba alrededor mío. Y cada vez que sucumbía a esa falsa realidad, aparecía mi chiquitín como un ángel de la guarda, y no se separaba de mí hasta que mi desesperación por no ser comprendido por nadie más de mi familia había desaparecido por completo.

Y aún en estos momentos me sigue ayudando y haciéndome compañía en momentos en que me siento solo o nervioso, estando yo tumbado en mi cama, él abre con su hocico la puerta y se pone a dos patas sobre la cama para intentar subirse, y si no le hago caso, empieza a ladrarme (muchas veces, dando yo un salto de susto porque ni siquiera sabía que había entrado), o metiéndose entre mis piernas mientras estoy sentado frente al ordenador, para que le haga cosquillas o simplemente le acaricie, porque él, como yo, es un coscón. Tal vez se va pareciendo a su dueño y espero que tarde en irse de mi lado.

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