![]()
Hay días en los que pienso que ya está. Que pasó, que lo dejé atrás, que esa etapa quedó enterrada entre citas médicas, terapias, y promesas dichas con el pecho lleno de convicción. Semanas enteras, incluso meses, sin tocar nada. Sin entrar en apps. Sin buscar miradas ni noches sin mañana. Y entonces, de repente, como un susurro venenoso que se cuela cuando estás cansado, cuando estás solo, cuando la cabeza decide recordar lo que en realidad preferirías olvidar, algo dentro hace un clic.
Y ahí está otra vez.
No hace falta una tragedia para caerse. A veces basta un silencio largo. Una noche sin plan. Un cuerpo que siente que falta algo, aunque no sepa qué. Es increíble lo rápido que se puede pasar de estar bien, o al menos en paz, a sentir cómo la fragilidad te revive viejos monstruos. Un mensaje. Un recuerdo. Un impulso que al principio parece controlable. Siempre parece controlable.
Y luego ya estás ahí, justificándote, negociando contigo mismo, como si no hubieras aprendido nada.
Como si todo el trabajo hecho valiese menos que esa ansiedad absurda por desaparecer un rato, por no sentir, por sentir demasiado, por lo que sea.
Porque el chemsex nunca te da una razón real. Solo te ofrece un escape envuelto en culpa.
Y la culpa… qué ironía. Esa llega antes, durante y después.
Primero por pensarlo.
Luego por hacerlo.
Y después por no ser capaz de explicarle al mundo por qué, si ya sabías lo que pasa, vuelves a caer.
La gente escucha «droga» y bloquea. Sentencian en silencio, o con la mejor intención del mundo pero sin entender nada. «Pues no lo hagas». «Rodéate de gente sana». «Haz deporte». Como si no lo estuviera intentando. Como si no lo supiera. Como si fuera tan fácil como apagar una luz.
Lo peor no es la caída.
Lo peor es la soledad después.
Esa sensación de que lo cuentas y nadie sabe abrazarlo.
De que la vergüenza pesa más cuando la compartes que cuando te la guardas.
Y aun así, aquí sigo.
Porque no rendirse también se entrena.
Porque cada vez que vuelvo, también vuelvo a levantarme.
Porque un tropiezo no te quita el camino.
Y porque aunque a veces lo olvide, sigo aprendiendo a elegir la vida.
La mía, con todas sus cicatrices.
Sergio Cuho, 21 de noviembre de 2021

