SIETE: Jara y sedal, o la fauna en la sauna

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La sauna, tal y como he hablado antes, puede ser un mundo atractivo, en el que todo es seducción, donde crees encontrar amistades y amores, que una vez sales por sus puertas, tanto ellos como tú, todas esas sensaciones desaparecen tras la ostia que te pega el sol cegador de las doce del mediodía después de haberte tirado dentro de la sauna dos o tres días seguidos y haberte gastado más de 150 euros entre la entrada, reentradas, cabinas privadas, bebidas y algo de comer.

Para mí, las saunas, como bien he dicho, eran mi segunda residencia (o incluso la primera) ya que en ellas me tiraba de 3 a 5 días (a veces, no consecutivos), drogándome, follando y casi sin dormir, cargando el móvil de extranjis por los enchufes de la sauna para poder contestar llamadas o contactar con mi familia y decirles que todo estaba bien sin saber si aquella noche me verían el pelo para cenar.

Dentro de la sauna, estando siempre tan colocado, todo parecía un juego, en el que a veces las luces se movían y centelleaban, como si fueran luces leds o de discoteca, buscando nuevos chicos con los que jugar, besar, tocar y follar durante largos ratos, eso sí, muchas veces sin llegar a correrse alguno (o ninguno) de los dos.

Tantas horas dentro de la sauna hacía que te hicieras colega de personas que, las primeras veces que ibas a la sauna, descubres que son scorts, pero, como se dice, el roce hace el cariño, y en este caso, en una especie de pseudo amistad, muchas veces descubriendo que ellos también son personas con sentimientos y que también se colocan para dejar atrás una realidad bastante jodida, a veces incluso peor que la de uno mismo, que te van explicando cuando te empiezan a tener confianza.

Eso sí, esos momentos de confianza se daban estando de cháchara encerrados en una cabina, mientras nos dábamos unos tragos de GHB (a lo que yo casi siempre metía también mefedrona, aunque alguna vez me confundía de botecito y le metía keta, dando como resultado que me enchungara y me quedara KO en alguna cabina, la cual siempre cerraba cuando empezaba a notarme algo mareado) o fumábamos tina calada tras calada, intentando ver quien era el que hacía la nube más grande y espesa.

Otras veces, cuando por fin logras dar captura a ese chulazo de turno que por suerte entra en la sauna por descuido, y se mete en tu cabina, la cual tienes preparada como una trampa, con la puerta entreabierta y con parte del neceser abierto y enseñando el soplete o la pipa como por descuido, y se sienta a tu lado cerrando la puerta de la cabina, te daba una sensación de euforia por haber capturado a una presa deseada por todos allí dentro.

Y mientras te empieza a tocar ves como mira hacia donde está la pipa o la bolsita de droga, tú sonríes y le dices un “¿te apetece tomar algo?” como si fuera un tentempié, y claro está que él, sutilmente dice un “¿qué es lo que tienes?”, y como mi madre me enseñó a siempre que se pueda, tener un poco de todo, pues claro, la elección era casi como ir a comprar al supermercado, con una amplia selección de productos.

De esta forma, entre mamadas, toqueteos y un soberano colocón, el chico no se daba cuenta que ese sexo que estaba teniendo conmigo estaba siendo pagado por las drogas, ya que la posibilidad de que se hubiera fijado en mí hubiera tendido a cero si no hubiera extendido o existido mi neceser sobre la cama de la cabina, convirtiéndole así en una especie de scort pagado con drogas, ¿o tal vez sí lo sabían y nunca lo han querido reconocer?

También están esos chicos a los que alguna vez has cazado con esa sutil técnica de mostrar los utensilios, y que después de ese primer (y único) polvo, pues la verdad, se perdía el interés. Pero esos chicos, al ver la posibilidad de colocarse de forma gratis, siempre te doran la píldora cada vez que te ven paseando o correteando por los pasillos de la sauna, y bueno, para que te dejen en paz, pues sí, les das un pico de mefe o una dosis de GHB, y así durante un par de horas, también desaparecen entre las tinieblas de la sauna, dejándote en paz con el resto de fantasmas.

A veces, aparecían chicos bastante monos, en plan modosito, que también se fijaban en la pipa de cristal y te preguntaban, casi tímidamente “¿qué es eso?” a lo que yo, como muchos otros, le ofrecía un asiento a mi lado y sencillamente le pregunta si le molestaba que cerrara la puerta y se lo explicaba…

Y claro que se lo explicaba, con una demostración bastante gráfica, y cuando iba a hacer la segunda calada yo le insinuaba si quería probarla, pasándole el humo en la boca, y así, comenzaban los besos y cualquier otra cosa que pudiera pasar entre las cuatro húmedas y grises paredes de la cabina.

Pero al poco tiempo, cuando ya era es chico modosito el que iba a fumar por su cuenta tu pipa, la primera vez que lo hacía le mirabas con temor, no fuera que quemara la tina o peor aún, rompiera la pipa y ya no pudieras conseguir otra en la sauna.

Entonces es cuando veías que, ese chico modosito era de todo menos novato en el mundo de las pipas, ya que mágicamente la pipa estaba más limpia que antes de haberla usado una primera vez recién salida del estanco.

Y otras veces, aparecían como gnomos, personas que en todo momento te ayudaban en tus peores momentos, no aquellos cuando te entraba una paranoia, sino más bien cuando te desaparecía una de tus bolsas con algún tipo de droga o se te rompía la pipa, o incluso peor, se perdía por los rincones tu llave de la taquilla donde tenías tu ropa o volaba tu móvil. Ese tipo de personas siempre te ayudaba, y muchas de las veces, sabía donde mirar y a quien perseguir, teniendo muchos indicios de por dónde puede estar o quien lo puede tener.

Significativamente, ese tipo de personas estaban, mágicamente, siempre en casi todos los fregados, y por eso realmente, sabía por dónde moverse, y siempre que acababa cómo esa misión de ayuda, muchas veces rondaba la cabina hasta que finalmente pues el dueño de esos productos perdidos y encontrados, le invitaba a algo, que normalmente, claro está, era algo un par de caladas a tu pipa, y esa donación gratuita, se extendía hasta que uno de los dos acaba saliendo por las puertas de la sauna.

Por último, he llegado a crear vínculos afectivos y de amistad casi reales con algunos de ellos, ya que nos íbamos a cenar, de fiesta o de bares. La mayor parte del tiempo lo pasábamos, para que mentirnos, dentro de la sauna drogándonos y pasándolo bien, explicándonos unos a otros las hazañas que nos pasaban durante la semana y retándonos a ver quién era el primero que conseguía cazar a ese Pokémon legendario peludo que recién se estaba empezando a desnudar en los vestuarios.

Pero aun siendo tan amigos, a veces incluso ellos te podían decepcionar, ya que en realidad, también ellos tienen su propia vida fuera de la sauna, y posiblemente, para ellos, tú sólo eras parte de la realidad de ese zoo, y no de su vida cuando están fuera de allí.

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