A mí siempre me gustó ir a la sauna. Entraba un sábado después de fiesta, pagaba la entrada, me desnudaba y me ponía la toalla y subía hasta la zona de las cabinas. Daba un par de vueltas y me metía en una de las cabinas con alguien que me molaba. Follábamos, me corría y ya está. El arte de descargar estrés por 20 euros. Y así hacía de vez en cuando.
Pero este método cambió radicalmente con el tema de las drogas. Las primeras veces iba después de fiesta, aún muy colocado, y si durante aquella noche no había logrado encontrar a alguien con el que pasar ese rato juntos, pues iba a la sauna.
Entraba en la sauna y dar vueltas, encontrar a alguien con quien follar y… joder, no era capaz de correrme… eso sí, continuaba tomando los restos de drogas que me quedaban de aquella noche… y seguía encontrando otros chicos con los que follar hasta que, pasadas un par de horas, sí que lograba correrme.
Y un viernes, decidí pasarme por la casa de mi camello y pillé algo de tina y un par de pastillas antes de ir a la sauna. No sé porque lo hice pero me apetecía. Ya llevaba un tiempo en que iba encontrándome allí en la sauna con un pequeño grupo de personas, siempre los mismos, con los que seguía la fiesta del sábado ahí encerrado, y aunque yo compartía lo que me quedaba (GHB, keta o éxtasis), el que acababa recibiendo siempre algo de tina de otros era yo.
De esa forma llegué totalmente sobrio alrededor de la medianoche con mi pequeño botín a la sauna. Una vez ya estaba con mi toalla me di cuenta que esta vez no sólo llevaba una bolsita con las sobras en polvo si no también un par de chismes más que necesitaba para drogarme (para aquel que esté leyendo y no haya usado tina, me refiero a la pipa de cristal y al mechero). Fue así como entendí por qué la gente llevaba pequeños estuches, para llevar cómodamente todas sus cosas mientras daban vueltas por la sauna o encerrados en la cabina, colocándose o follando.
Aquella noche pasó rápida, entre caladas, esnifadas, mamadas y polvos… y como siempre, hasta que no logré correrme no me fui… ¿Cuánto tiempo tardé en correrme? Ni idea, pero ya os aseguro que tardé un buen rato.
La semana siguiente, volví a hacer el mismo recorrido. Salí de casa, fui a la de mi camello y después a la sauna, eso sí, esta vez estaba algo más organizado. Llevaba mi pequeño neceser donde me guardé todas mis cositas, me junté con el grupo y empezamos a fumar y pasarlo bien, con subidas y bajadas de humor, correteando por los pasillos y yendo de caza mayor de osos o cualquier otro ser a dos patas con algo de pelo o bien dotado que viéramos pasar por delante de la cabina donde estábamos instalados para divertirnos.
Pero aquel día pasó algo nuevo para mí, algo que desconocía hasta ese momento. Y es que, a partir de cierta hora, empiezan a decir por los altavoces de la sauna los números de las taquillas de todos aquellos que habían entrado antes de una cierta hora (las 5 de la mañana, en concreto) y eran las 12 del mediodía cuando empezaron a llamar, y esa llamada, cual canto de números de bingo, significaba que había que pagar de nuevo la entrada para poder continuar estando allí dentro. Y lo hice, pagué otros 20 euros para continuar con esos nuevos amigos que había hecho. Hasta la tarde.
Con el tiempo, empecé a estar más y más horas durante el fin de semana o los días de vacaciones dentro de la sauna, haciendo que algo que pasaba de vez en cuando se convirtiera en algo bastante normal, casi cotidiano, conociendo a los chicos del bar de la sauna, a aquellos que limpiaban (y con los que a veces, por morbo, también me liaba con ellos) o incluso al jefe de la sauna. Este tipo de contacto hacía que a veces, teniendo suerte, pues te podrían traer alguna bebida gratis o un recambio de toalla, la verdad.
Cada vez pasaba más y más tiempo dentro de ellas, sin darme cuenta, en verdad, del dineral que me gastaba allí dentro, no sólo pagando entradas y reentradas, si no también en drogas y en bebidas, como también en cabinas privadas donde estar más tranquilo para follar con ese chulazo buenorro, eso sí, tras conseguirlo y engatusarle con las drogas que llevaba en mi neceser.
Todas esas horas pasaban factura y a veces llegaba a salir de la misma sauna un lunes a primera hora, antes de tener que entrar a trabajar en la oficina, y eso me hizo decidir que debía de llevarme en mi mochila un segundo neceser con cosas como un peine, un perfume y alguna gota para los ojos para ponerme después de estar tantas horas metido en aquel lugar sin dormir y teniendo que irme al trabajo a la mañana siguiente.
Y así, acabé decidiendo llevarme, para cada vez que iba a la sauna, una mochila, donde no sólo llevaba mis dos neceseres, uno para las drogas y otro para el aseo personal y con cosas que se pudieran necesitar durante mis estancias (o pernoctas) de tantas horas que pasaba allí, sino que también me llegaba a llevar una muda de ropa interior y de camiseta, ya que incluso, después de salir de la sauna, podría ser que me fuera directo al trabajo u otras veces, me iba alguna casa de chill para seguir follando y colocándome.
Con todas esas cosas, esa mochila se convertía en mi salvación, sobre todo de cara a la galería, para mejorar mi imagen cuando salía por sus puertas, pero también esa mochila me ayudaba a ahorrar dinero, ya que antes de entrar en la sauna, me pasaba por algún paki cercano para comprar algunas latas de bebidas y también cosas dulces para comer, como bolsas de gominolas o alguna galleta.
Cuando me vi en el paro, para mí ya fue el máximo el ir a la sauna, porque no tan sólo iba durante mis días de descanso, sino también entre semana, ya que no tenía ninguna responsabilidad. Y peor fue cuando descubrí que existían abonos de entradas, haciendo que el coste de mis idas y venidas dentro de la sauna fueran más baratas.
Si a eso le añadimos que descubrí un pequeño filón en que a veces la gente que conocía me daba algo de dinero por consumir parte de mis drogas, pensé que tal vez podía sacar partido, y en vez de consumir todo aquel gramo de tina que me llevaba encima lo podía dividir en cuartos, quedándome para mí sólo medio y los otros dos, en caso de que alguien los necesitaba, pues “dejárselos” a buen precio, y de esa forma, yo amortizar lo que consumía.
Pero aunque todo en el mundo de las saunas parezca tan bonito (si es que se ve algo bonito, a parte de los chicos, en ese lugar cargado de sudor, humo de tina y hormonas supuestamente masculinas, donde retumban las paredes de las cabinas con los ecos de todas las vocales del alfabeto gritadas indistintamente por los que en aquel momento estaban siendo follados).
En esos momentos podías llegar a desconfiar de tu propia sombra debido al colocón, el cual da pie a una genial y horrible paranoia, haciendo que viera a gente que me miraba fijamente desde todos sitios, señalándome y riéndose de mí; escuchando voces, a veces incluso similares a las de tus supuestos amigos, que empiezan a tramar cómo conseguir quitarme algo de droga sin pedírmelo o para enchungarme y quitármela toda.
Todas esas sensaciones (incluso ahora, después de meses sin haberlas tenido dentro de mí y haciéndome notar como mi corazón empezaba a latir más rápido y fuerte de lo normal por la ansiedad que producían esos momentos), hacen que tu cuerpo no sepa reaccionar, y en mi caso, me ponía nervioso, sin saber en quien confiar, ya que tu cabeza no es capaz de discernir lo que es real y lo que no.