OCHO: Zoom y la realidad nocturna aumentada

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No me acuerdo bien cómo descubrí el fascinante mundo de Zoom. La cuestión es que a esto me enganché más rápido incluso que a la tina… Lo mejor fue que combiné ambos, ya que lo que hacía era ponerme a fumar mis pipas (y lo digo en plural, porque fumaba con mi pipa normal, con la de agua o con el bong indistintamente).

Y es que, con cada calada, me iba liberando más y más, sobre todo mirando las cams de los otros integrantes, desnudos, cachondos cuales perras en jauría, haciéndose pajas o follando.

Al principio, siempre lo usaba en casa, durante aquellas noches que no me apetecía gastar dinero en irme a la sauna y tampoco había encontrado con quien pasar la noche. Me encerraba en mi habitación junto a una bebida y algo de agua (estar colocado no quiere decir no ser consciente de que vas a estar deshidratándote), abría mi portátil y empezaba a drogarme, a hacerme pajas y divertirme.

Y así, pasaba las noches en blanco, hasta que mi familia se despertaba y empezaba el día a día de casa nuevamente.

Algunas veces, aún con algo del subidón de la tina en mí durante mis horas de trabajo, me iba al baño de la oficina, me conectaba y me hacía una paja, allí mismo, por el simple hecho del morbo que eso me producía.

Incluso, a veces me ponía a fumar algunas caladas, también por el hecho de continuar algo despierto, ya que algunas veces, según me llegó a decir el director de mi empresa, me quedaba dormido en medio de la oficina (dios quiera que no llegara a roncar, aunque conociéndome, quien sabe…).

Esas pequeñas cabezadas lograron hacer que me quedara sin trabajo y estar en el paro durante cerca de 4 meses, con lo que mis visitas a la sauna aumentaron.

Poco después de conocer el fenómeno de esta aplicación, empecé a usar Zoom a diario, saltando de una sala a otra, buscando tíos con los que hacerme pajas por cam, consiguiendo contactos de otros tíos para hacer videollamadas grupales por Skype. Incluso, llegué a quedar con algún que otro tío que a veces me encontraba y que vivía en Barcelona, y todo esto, fumando tina y combinados de mefedrona con GHB.

Todas esas noches, noches en blanco, de supuesta diversión, siempre intentaba hacer el menor ruido posible, casi sin moverme. Pero ya sabemos que uno, estando colocado, a veces no es totalmente consciente de sus actos, y lo que parece que es un pequeño movimiento, en realidad es todo un estropicio.

Aunque durante las noches mi familia no me decía nada sobre todo ese ruido que hacía, durante el día me soltaban indirectas (y algunas veces, directas como cuchillos) sobre que parara de hacer lo que hiciera por las noches encerrado en la habitación. También me comentaban que apagara las luces, ya que una luz encendida todas las noches, hacía que la factura de la luz aumentara demasiado.

Cabe decir que no sólo la mezcla de drogas te hacen hacer burradas, o al menos a mí, ya que la mezcla de diferentes drogas con Zoom a mí me hizo hacer burradas, como las de traer a gente a casa (sin estar mi familia, claro está, durante el verano) para seguir follando juntos frente a la cámara.

También entablé vínculos de “amistad” con algunas personas, quedando con ellas de vez en cuando en su casa, donde, como si fuera para hacer el té de las 5 de la tarde con las amigas, eso sí, cambiando las tazas de té por pipas de agua y las galletas danesas, algunas veces, por rabos de tíos a los que invitábamos para pasarlo bien.

Para terminar, y para que se entienda un poco mejor mi decisión de porqué no quería aprender a hacerme un slam fue precisamente mi uso de Zoom y el hecho de estar viviendo en casa de mis padres (un piso de 75 metros cuadrados, un único baño y por suerte, sin tener que compartir habitación, en el que vivo no sólo con mis dos padres, sino que también lo comparto actualmente con mi hermana divorciada y su hija, además de también con mi adorable y cabroncete perro).

Hacerme uno durante esas largas noches de colocón y cachondo, e intentando tener un tener un subidón aún mayor que sé que el slam me pudiera dar, me parecía bastante irrespetuoso por mi parte hacerlo en su casa. Por eso, si me entraban las ganas de hacérmelo, tenía que buscarme alguno que me lo pudiera hacer, y de esa forma, hasta que lo encontrara, pasaba el tiempo y muchas veces se me quitaban las ganas.

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