Slam / La Máscara Masculina

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Hay veces que lo extraordinario pasa a ser normal así por las buenas sin saber cómo.

Negro. 

Fundido a blanco cuando me quitas el antifaz.

Me enseñaste su perfil de Grindr. Era el perfil de un chico que conocía del trabajo y había estado ligando conmigo desde antes que llegase a Barcelona.

Durante un año lo consideré un amigo con el que nunca quise acostarme y que cuando vio la inviabilidad del amor romántico o la química sexual, se apartó sin dar muchas explicaciones. Sin embargo, aquella noche enganchado a una cruz de San Andrés con agujas quirúrgicas traspasando mis pezones, sumergido en una amplia dosis de todo el abecedario M, G, T y C ¿decidí? que invitarlo era una vuelta de tuerca a esa experiencia sadomasoquista. Y totalmente inconsciente, amarrado a una identidad naíf que a pesar de mi facilidad para analizar las situaciones me conduce incesantemente a la boca del lobo para ser psicológica y físicamente destruido, te dije que lo invitaras. Era el poder hecho carne, era el siguiente paso, algo que sabía que me dañaba de verdad, algo que rompía la ficción en la que me encontraba.

Damos un salto en el tiempo y entramos en el terreno de las suposiciones. Es una analogía terrible entre la máscara y la locura pues estamos aquí para contar toda la verdad ante el tribunal de la psicología.

Me asusté cuando en un artículo sobre chemsex hablaban de la máscara y dividían a los usuarios en dos grupos. Uno más funcional socialmente que con pocas sesiones de terapia sería dado de alta y otro, en el que me vi identificado, menos funcional y que asumía su identidad como una máscara. Temí que la psicología estuviera cuestionando la teoría queer, que todo mi trabajo de resistencia a la esencialidad identitaria, que todos mis años cuestionando la naturaleza fuesen la causa de mi “adicción”. O peor aun, que no lo fuese pero que el aparato psicológico psiquiátrico me pidiese dejar mi ideología para ser funcional. Parece ser que no es así. Ni toda la psicología trata de “normalizarme” ni mi resistencia a la norma tiene mucho que ver con mis adicciones. Por otro lado, como yonki no puedo dejar de pensar que la patologización es siempre sinuosa y tiende a agarrarse de asideros conservadores. Toda una tradición de patologías ha demostrado que la posición de superioridad moral sobre un comportamiento es cuanto menos cuestionable por no decir nefasta.

Para mi el sexo se había convertido desde hacía años en un espacio de ficción donde todo podía suceder, y sucedía. Un campo semántico donde quería deconstruir el género y la identidad pero quizás también desfogar, castigar y destruir al hombre occidental blanco, o sea a mi padre machista, a mis compañeros de colegio que abusaron de mí, pero sobre todo a mí mismo porque os tengo que confesar que soy un hombre occidental blanco con estudios superiores, una polla considerable, bien parecido, construido para el éxito pero deseoso de fracaso. De hecho, estoy orgulloso de ser maricón pero no hombre. Parte de esa ficción implicaba otra máscara de un anonimato violento para mi y para las personas con las que follaba cada noche. Solo de esa manera el libro, la película o la representación teatral se podía cerrar y separar de la realidad. En este momento se rompió la ficción, pero fingí que mi mundo fuera de esa mazmorra era menos ficticio que tu olor mientras me enseñabas ese perfil de Grindr.

 Volvemos a la cruz.

Mis anfitriones erais unos majos. Pareja de amo y esclavo de esas que sois capaces de hacerlo funcionar, con cadena, candado y llave al cuello. El espacio era una mazmorra con todos los aparatos de morbo y tortura que te puedas imaginar, todo negro, mucha polipiel y algo de cuero. Sentía cierta afinidad con el otro esclavo, pero lo cierto es que contigo, amo de esa sesión, tenía un cariño forjado por las múltiples quedadas y un respeto a toda tu experiencias y material acumulado. Sin embargo, sabía que con poco más de un gesto, o me auto engañaba pensándolo, podría destruir tu poder sobre mí. Todo el poder te lo otorgaba yo y mis fantasías. En ese momento estaba doblegado por la ficción imaginaria que me había construido, era una realidad engañosa que quizás podría romperse en cualquier momento.

Llegaron los invitados del Grindr, eran mi compañero de trabajo y su pareja. Sentí vergüenza, me arrepentí, pero no dije nada. Me soltaron de la cruz y hablamos tranquilamente con ellos, ya había pensado en la posibilidad de hacerlo antes, era algo que rondaba mi cabeza. Sólo quedaba MDMA suficiente y me dijeron que era más peligroso que otras drogas, pero que lo habían hecho antes y todo bien. Yo la verdad es que no cuestioné absolutamente nada, lo sensato habría sido buscar información detallada sobre la peligrosidad de un slam de M, pero no lo hice. Pensé en una sobredosis, la muerte siempre me había seducido, dentro de mi ficción nada malo podía pasar salvo que me quedase en ella para siempre. Un matrimonio con la ficción, un matrimonio con una ficción que termina con la muerte del protagonista.

 Mi compañero de trabajo me hizo el slam. Fingí que tenía aprensión por las agujas. No es cierto, pero recordé cuando iba a hacerme análisis de sangre y quería que la enfermera tuviera un poco más de cuidado, cariño y amor a la hora de penetrar mi vena. Fingí mirar a otro lado, pero tan pronto alejaba la vista como no podía dejar de mirar la aguja penetrándome. Ahora mientras lo escribo aún se eriza todo mi cuerpo. Es una memoria tergiversada, en ese momento seguramente no sentí nada más que un pinchazo, pero ahora mismo tras tantas explosiones de placer, la penetración de la aguja se ha convertido en un acto erótico en sí. Cuando se piensa en el slam no se entiende su significado. Se piensa que es una práctica para conseguir colocarte, lo que no se entiende es que el slam es el sexo en sí mismo. Es la tan buscada descentralización del sexo en el coito o el pene para lograr el orgasmo. El orgasmo sucede con el slam.

Mi cuerpo se entregó a cada sensación de manera tan exquisita y vulgar que posiblemente desde fuera solo diese miedo. El mero aire de ese sótano hacía erizar cada terminación nerviosa de mi cuerpo. Si acaso existe un equilibrio real quizás tenga que morir de cáncer dentro de pocos años. El amor más sucio que solo puede dar un slam de M sucedió. Bailé enseñando mi culo y mi rabo por la habitación deseando ser penetrado, enamorado de cada milímetro de mis amantes, de los muebles y objetos que me rodeaban. Había tenido muchas experiencias sexuales con personas, objetos y materiales, pero esta vez sentía amor. Amor no correspondido porque mientras babeaba y me contorsionaba nadie me tocó hasta pasado un rato. No se si como un acto voyeur o por puro patetismo.

A mí no me importó lo más mínimo. El orgasmo original, la corrida, quedó tristemente reducido a un espasmo secundario. Una mera copia de lo que acababa de pasar. Aquella eyaculación cuando era crío tocándome el rabo solo en la habitación tendría que competir con esta aguja. De todo esto no fui consciente en ese momento. Los instantes importantes de la vida suceden de manera desprevenida. Simplemente noté como algo corría por mi torrente sanguíneo y golpeaba mi corazón para rebotarlo, podía sentir como se extendía, me dio tos, pensé que me moría, me entró el pánico, pero justo cuando estaba a punto de pedir ayuda una reacción química inversa a todo lo que había sentido inundó mi cuerpo de dentro a fuera. Sudé y mi olor llenó toda la habitación, por no decir que mi cuerpo caliente lo copó todo, seguramente hasta traspasó los ladrillos y el hormigón de aquel sótano.

El sexo continuó toda la noche y aunque fue bastante bueno y podría dar para un relato erótico interesante, en este caso no tuvo más trascendencia. Por la mañana mi compañero de trabajo y su novio se fueron a casa, a seguir con su vida. Para ellos, aquella noche será un recuerdo un poco fuera de tono, sin mayor importancia. Sin embargo, tanto el slam como haberme entregado de esa forma a mi compañero de trabajo tuvieron consecuencias. Se abrieron dos puertas secretas en un salón que ya era bastante amplio y comencé a fantasear con ir más allá. De nada sirvió Réquiem por un Sueño, Tideland, Naked Lunch, Kids, El Pico, las historias de heroína o las campañas de prevención que aun estaban fuertes durante mi infancia en los 90. Cuando la autodestrucción es uno de los pilares de tu identidad, cuando siempre has querido ser un vampiro, una criatura de la noche, cuando has romantizado irremediablemente la decadencia, la única opción es hacerlo con elegancia y aprender a negociar con tus pasiones.

Me vestí, esnifé una última raya de coca, supe por como me mirabais tú y tu esclavo que erais conscientes de que algo había cambiado y nos despedimos. Había quedado con unas colegas para ir al Primavera Sound.

«Hay veces en que lo normal pasa a extraordinario así por las buenas y lo notamos sin saber cómo”

Agradecimientos a Marla, a Santiago y a Kike.

Testimonio de: Puto Yonki

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