T-casual: Del Transporte público y otros placeres

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Por: Maruja «La Mutante»

Atención: Con la lectura de este texto usted está colaborando en la recuperación de un chemical blogger. Ningún hombre cisgénero ha sido dañado durante la redacción de este escrito.

Hace poco tuve que desplazarme a visitar un par de clientes a las afueras de Barcelona junto a mi ayudante, una niña muy graciosa, dulce y muy clásica. Soy usuario regular del transporte público: tren, metro, ferrocarriles, entre otros… y para distancias no muy largas el metro suele ser el medio más ágil para cumplir mi agenda. Cada martes a las 9:00am, Ángela y yo tenemos que visitar a un cliente un tanto aburrido, quejica pero amable, así que la jornada junto a Ángela suele convertirse en algo más que una venta de servicios y transformarse en una excusa para tomarnos un café frente al mar y divagar acerca de la vida sentimental. Sobre todo la de Ángela que le gusta contarme los detalles de los encuentros con su novio de escasos 26 años.

Soy uno de esos pasajeros que camina dentro de los vagones, mirando los paquetes y culos de tíos buenos o no tan buenos, que se me atraviesan, me ayuda a soltar los nervios previos a la visita con los clientes. Disfruto fantasear con el tipo de gayumbos que llevan, si tendrán dibujitos o son de colores estridentes y evidentemente todas las características posibles del rabo, según el paquete que marque o la pierna que tengan. Ufff… ¡Qué morbo! Un día termine yéndome con uno que me hizo ojitos y me siguió el juego. Regresé a casa 2 días después.

Ángela no para de hablar y a medida que vamos acercándonos a nuestro destino, le escucho decir: “!La gente está fatal!” Giro la cabeza y lo primero que veo es, un rulo y una bolsita pequeña rellena de algo. Mi cabeza grita… ¡Coca! ¡Tina! ¡MDMA!

Paralizado por unos segundos, la cabeza me empieza a palpitar y con el corazón en la boca, pasan por mi mente cientos de imágenes que me recuerdan esos gloriosos días volviendo de fiesta, algunas alargadas más de la cuenta; cientos de imágenes mías deambulando por el metro de la ciudad, brincando de chill en chill, algunas veces buscando repetir ese momento de placer Eureka! que no volvería jamás y un golpe extendido en la boca del estómago que dolía más en el ego, que en el cuerpo.

Vuelvo en sí y Ángela no para de hacerme señas indicando que estábamos en nuestro destino. No se si ella y yo estábamos en el mismo sitio; dentro, la torre estaba en llamas.

Finalmente llegamos donde aquel cándido y aburrido cliente a quien comparto una sonrisa, vuelta a la rutina de todos los martes y poco más.

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